.____A punto de no comenzar___.
[[[Cruzo la frontera del adiós y compro el tequila. Dispuesta a volar casi por primera vez muestro mi boleto a un asistente de la aerolínea. Su cara no me gusta y menos lo que me dice: “corra a la sala 34, pero corra, porque si no, no llega”.
No lo creo, parecía que mi mala fama de impuntual terminaría ahí, en su lugar de origen. Pero resulta que ésa, la impuntualidad, también me la llevo junto con las mañas aquellas que les da mamitis solo de pensar que se les cambia algo adentro o afuera si su sitio se les va.
Volteo a ver el primer letrero que arañan mis ojos. Sala diecinueve. El colmo... 1:55, y yo a pasillos y pasillos de mi destino. Tomo con fuerza la maleta, me cuelgo la mochila y el neceser, y claro, la botella de tequila que venía con un caballito de regalo; que por cierto, me costo once dólares, bueno, en realidad fueron diez porque se me acabó el dinero en el centavo numero nueve del décimo dólar y la cajera tuvo que pronunciar las palabras mágicas: “ya déjalo así”.
Y así lo dejé. ¡Pero como dejar el avión! Me detengo a preguntarle a un joven de chaleco naranja si queda lejos la sala 34. Por un momento me pasa por la cabeza que tal vez este joven había comprado su chaleco uno de esos días en los que uno quiere ser un “poco distinto” a los demás, pero no, claro, trabajaba en el aeropuerto como el resto del personal de chaleco vistoso. “Mira, toma uno de esos carritos y llegas de volada.”
Nunca dijo si estaba lejos y nunca vi un carrito desocupado. Cuarenta kilos entre mis manos y mi espalda recorrían aquel largo pasillo con una luz burlona al fondo, recordándome que podía llegar a tiempo sólo si soltaba las cosas y corría a decir que me esperaran... ilusa.
Apreté el paso, y realmente estaba apretado, porque si me aflojaba se me caía todo... hasta la botella de un dólar disparado. Mientras recorría las salas se veían algunos bares y restaurantes, la gente charlaba de la manera más amena, y yo, le encomendaba a mis piernas aguantar un poco más, otro poquito.
Se escuchó una voz sumamente amable que dijo: “ésta es la última llamada para que los pasajeros del vuelo 880 aborden su avión con destino a la ciudad Montreal”. Nooooooo... siempre había querido estar en esta parte en donde se ven los aviones tan cerca y uno comprende como los acomodan y como les quitan la escalera y como cierran el compartimiento del equipaje y como suben los pilotos y las azafatas y..... voltea hacia enfrente y ya no veas que te distraes.
“Esta es la última llamada para los pasajeros del vuelo 880 con destino a la ciudad de Montreal”. Mi frente ya estaba perleada y yo apenas veía el letrero con el número 30. “Ésta es la última llamada para que la señorita ... ... ... aborde el avión con destino a la ciudad de Montreal”. Sentía que todo el mundo sabía que era yo ésa que nombraba la mujer de la voz tan amable que me recordaba de la manera más dulce que mi viaje estaba apunto de no-comenzar.
Era yo la única que corría como loquita mientras el resto de la gente tomaba café y leía el periódico en sus asientos. Un grupo de pilotos venía hacia mi, y casi me detengo a decirles ¡gracias! cuando me vieron correr y todos se hicieron a un lado en un instante.
Salida 34 y una mujer grita: “¡va a Montreal!”, “¡siiiiii...disculpe la tardanza!”. Con poco aliento y sudor en las manos saco el boleto y lo entrego. Entro corriendo al avión. Sí, era evidente, la última en abordar aquel ser alado.]]]
[[[Cruzo la frontera del adiós y compro el tequila. Dispuesta a volar casi por primera vez muestro mi boleto a un asistente de la aerolínea. Su cara no me gusta y menos lo que me dice: “corra a la sala 34, pero corra, porque si no, no llega”.
No lo creo, parecía que mi mala fama de impuntual terminaría ahí, en su lugar de origen. Pero resulta que ésa, la impuntualidad, también me la llevo junto con las mañas aquellas que les da mamitis solo de pensar que se les cambia algo adentro o afuera si su sitio se les va.
Volteo a ver el primer letrero que arañan mis ojos. Sala diecinueve. El colmo... 1:55, y yo a pasillos y pasillos de mi destino. Tomo con fuerza la maleta, me cuelgo la mochila y el neceser, y claro, la botella de tequila que venía con un caballito de regalo; que por cierto, me costo once dólares, bueno, en realidad fueron diez porque se me acabó el dinero en el centavo numero nueve del décimo dólar y la cajera tuvo que pronunciar las palabras mágicas: “ya déjalo así”.
Y así lo dejé. ¡Pero como dejar el avión! Me detengo a preguntarle a un joven de chaleco naranja si queda lejos la sala 34. Por un momento me pasa por la cabeza que tal vez este joven había comprado su chaleco uno de esos días en los que uno quiere ser un “poco distinto” a los demás, pero no, claro, trabajaba en el aeropuerto como el resto del personal de chaleco vistoso. “Mira, toma uno de esos carritos y llegas de volada.”
Nunca dijo si estaba lejos y nunca vi un carrito desocupado. Cuarenta kilos entre mis manos y mi espalda recorrían aquel largo pasillo con una luz burlona al fondo, recordándome que podía llegar a tiempo sólo si soltaba las cosas y corría a decir que me esperaran... ilusa.
Apreté el paso, y realmente estaba apretado, porque si me aflojaba se me caía todo... hasta la botella de un dólar disparado. Mientras recorría las salas se veían algunos bares y restaurantes, la gente charlaba de la manera más amena, y yo, le encomendaba a mis piernas aguantar un poco más, otro poquito.
Se escuchó una voz sumamente amable que dijo: “ésta es la última llamada para que los pasajeros del vuelo 880 aborden su avión con destino a la ciudad Montreal”. Nooooooo... siempre había querido estar en esta parte en donde se ven los aviones tan cerca y uno comprende como los acomodan y como les quitan la escalera y como cierran el compartimiento del equipaje y como suben los pilotos y las azafatas y..... voltea hacia enfrente y ya no veas que te distraes.
“Esta es la última llamada para los pasajeros del vuelo 880 con destino a la ciudad de Montreal”. Mi frente ya estaba perleada y yo apenas veía el letrero con el número 30. “Ésta es la última llamada para que la señorita ... ... ... aborde el avión con destino a la ciudad de Montreal”. Sentía que todo el mundo sabía que era yo ésa que nombraba la mujer de la voz tan amable que me recordaba de la manera más dulce que mi viaje estaba apunto de no-comenzar.
Era yo la única que corría como loquita mientras el resto de la gente tomaba café y leía el periódico en sus asientos. Un grupo de pilotos venía hacia mi, y casi me detengo a decirles ¡gracias! cuando me vieron correr y todos se hicieron a un lado en un instante.
Salida 34 y una mujer grita: “¡va a Montreal!”, “¡siiiiii...disculpe la tardanza!”. Con poco aliento y sudor en las manos saco el boleto y lo entrego. Entro corriendo al avión. Sí, era evidente, la última en abordar aquel ser alado.]]]
Éstas son solo las narices que se asoman por aquel viaje que comenzó en agosto del 2005 en un sitio vivido entre cómplices. Ahora, otro espacio las vuelve a unir para dar inicio a una nueva travesía, la de unos ojos que miran y describen, reflexionan y se explican, se encuentran y comparten... la de unos ojos, que también escriben.

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